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Por Dannah Gresh, creadora de Chica Verdadera

Mientras escribo esto, estoy sentada en un avión camino a exponer un tema en una conferencia de mujeres. Detrás de mí hay una niña con una corona púrpura hecha a mano con brillantes de plástico torcidos, felizmente coloreando. A pesar de la lucha de muchas madres al respecto, la “cultura de princesas” no va a desaparecer por ahora. 

  • En los últimos años, la franquicia de las princesas de Disney ganó 3 billones de dólares, tomando el primer lugar en la industria de productos de entretenimiento.
  • Los productos de belleza y moda comprados por niñas entre los 8 y 12 años, alcanzan los 500 millones de dólares al año en EEUU solamente. 
  • Las niñas han estado disfrazándose con hojas de higuera desde que estas existen y poniéndose flores detrás de sus orejas. 

Desde la lucratividad de las coronas de princesas y tiaras, hasta el deseo innato de las niñas de usarlas, estamos atrapados en este enigma. En lugar de subirme al ring de esta guerra y pelear en contra o a favor de las cosas de princesas, he optado por replantear el concepto de acuerdo con la verdad bíblica. Aquí hay cuatro maneras en que la “cultura de las princesas” se equivoca, pero nosotras podemos corregirlas de acuerdo a lo que la palabra de Dios enseña.

1.- El color rosa no es el verdadero color de una princesa.

El color púrpura fue descubierto en año 1500 A.C. cuando un perro mordió un caracol y la baba de este caracol era púrpura. Desde entonces, el mundo ha estado vistiendo de púrpura. Pero al principio, este proceso era muy costoso (especialmente para un caracol), así que su uso era exclusivo para los reyes y reinas.

Sin duda alguna, no fue coincidencia que durante la misma era, Dios le asignara a Moisés la construcción del tabernáculo. Él fue muy específico sobre cómo tenía que ser construido, y que colores debía tener. Uno de esos colores fue el púrpura, este color representaba Su realeza. ¡Adiós rosa! El púrpura es el verdadero color de las princesas.

2.- Ser una princesa no se trata de personalidad, sino de posición.

Los estereotipos modernos de la “cultura de princesas” les hacen creer  a las niñas que pueden ser princesas si les gusta el color rosa y la brillantina, pero ser una princesa no tiene nada que ver con el color que te guste o el tener una personalidad destila brillantina. Tiene que ver con autoridad posicional.

¿Cómo se convierte una chica en princesa? Siendo adoptada en la familia de Dios, por medio de la experiencia espiritual de la redención. ¿Cómo le llamas a una hija adoptada del Rey de Reyes? Una princesa. Quizás, la verdadera razón por la que insistimos en crear nuestras propias coronas de papel púrpura como niñas, es porque estamos apuntando a algo mucho más profundo: Nuestro anhelo de ser amadas por el Rey verdadero. 

3.- Ser una princesa no se trata de tu apariencia.

Si nuestro valor de realeza viene de Cristo, nuestra definición sobre la belleza real debe venir de Él también: 

1 Pedro 3:3-4 (NVI), dice:

3 Que la belleza de ustedes no sea la externa, que consiste en adornos tales como peinados ostentosos, joyas de oro y vestidos lujosos. 4 Que su belleza sea más bien la incorruptible, la que procede de lo íntimo del corazón y consiste en un espíritu suave y apacible. Esta sí que tiene mucho valor delante de Dios. 

Estos versículos no nos están diciendo que no podemos tener ropa bonita, cortes de cabello o accesorios de moda. Simplemente nos está diciendo que estas cosas no son el origen de nuestra verdadera belleza. Un espíritu apacible creado por la presencia de Dios si lo es, y esto solo ocurre cuando pasamos más tiempo cultivando nuestro interior que nuestro exterior. A medida que crecemos por dentro, a través de la comunión con Dios, nos encontraremos amando la moda que Él ama. Una prenda que Dios ama que visitamos en nuestro interior es el servicio. Gálatas 5:13 nos amonesta: “Sírvanse los unos a otros en amor.” Para servir debemos tener ojos puestos en las necesidades de otros. No, ser una princesa no se trata de cómo te ves, se trata de cómo ves. 

4.- No necesitamos de los chicos.

Las princesas modernas como Mérida, Mulán y Elsa han intentado romper el estereotipo clásico y claramente expresan que una chica no necesita de un chico. Es todo lo opuesto a la chica vulnerable rescatada por un príncipe azul como en Cenicienta o Blanca Nieves. Los extremos nunca son buenos para nosotros.

El cristianismo no es inocente en estas drásticas declaraciones. Muchos libros de pureza, noviazgo y amor nos sugieren que, si eres una buena cristiana que usa su cinturón de castidad y un anillo de plata en el índice izquierdo, tu príncipe azul llegará. El punto de la pureza no es tener un chico. Es honrar a Dios y hacemos bien en creer que Él es suficiente y no necesitamos otra persona en esta tierra. PERO, el matrimonio es una imagen de Cristo y su iglesia. Eso significa que, si en los planes de Dios está darte un esposo algún día, es algo bueno. El movimiento que se opone a la “cultura de princesas” lucha por corregir las necesidades de sus pequeñas princesas, pero corre el riesgo de que las chicas no aprendan a atesorar el regalo de un esposo, si Dios se los da.

No tiremos “la cultura de princesas” a la basura con su mundo de color de rosa, más bien usemos esta conversación para dirigir a nuestras hijas, y a nosotras mismas, hacia la Verdad.


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