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Todos vamos a morir.

¿Estarás contenta con cómo has vivido?

Debo ser honesta. Esta pandemia me hace pensar mucho más en lo increíblemente finita que soy. (Traducción: soy más consciente que nunca de que voy a morir). 

No creo que eso sea malo.

De hecho, creo que es muy bueno.

Todo inició en marzo de 2020. Comencé mi primera semana de refugio en casa con un paseo por los prados junto a mi granja. Caminé entre los tallos secos del trigo invernal que me llegaban hasta el pecho y que habían sobrevivido a los ciervos y la nieve. Mi mente estaba cargada con preguntas. Ninguno de nosotros sabía realmente lo que se avecinaba, sólo que algunos estaban muriendo. Mis labios pronunciaban oraciones fervientes cuando llegué a una loma y miré hacia lo que una vez fue una bulliciosa autopista de cuatro carriles. Una mini furgoneta solitaria atravesaba el inquietante vacío. Sé exactamente dónde me encontraba cuando decidí dos cosas importantes:

  • Está bien si muero pronto.
  • Quiero vivir mejor hasta que eso suceda.

También sé a quiénes tenía en mente cuando pensé en estas dos cosas: mis hijos y mis dos preciosas nietecitas. 

Si bien me importa (hasta cierto punto) lo que los demás piensen de mí, quiero que mis hijos tengan corazones tranquilos y agradecidos cuando asistan a mi servicio conmemorativo. Más que nada, mi corazón late por que la forma en que vivo les demuestre que creo en la eternidad con Jesucristo y que compartí Su amor tanto como pude, no sólo con mis lectores y seguidores, sino con ellos

Esta pregunta resonaba en mí ese día mientras miraba el valle vacío:

¿Qué recordarán mis hijos sobre cómo viví durante esta dificultad?

Los tiempos de crisis definen quiénes somos en realidad y en qué creemos verdaderamente. Y si esas dos cosas valen algo, las temporadas de dolor nos transforman más profundamente en mujeres y hombres de gran carácter, que no solo quedan cautivados por lo que aparece en las pantallas de televisión y las noticias.

 Eso me lleva de regreso a mi última lección de vida del libro de Rut en el Antiguo Testamento.

Lección de vida #4 de Rut: Transfórmate, no te dejes cautivar.

Mucha gente está cautivada por los titulares en este momento. La R.A.E. define cautivar de la siguiente manera:

Ejercer irresistible influencia en el ánimo de alguien por medio de atractivo físico o moral.

Algunos han quedado paralizados por el miedo a la muerte, la enfermedad y las secuelas de los disturbios y la indiferencia. Otros no pueden apartarse del asombro que ha causado tanto desacuerdo. Es como un juego de dominó demoníaco en el que, una tras otra, las buenas personas son absorbidas por el vacío de la retórica que deja los corazones sangrando proverbialmente.

Yo no quiero quedar cautivada por este tiempo.

Quiero dejar que Dios lo use para transformarme en una mujer digna de ser recordada.

Creo que eso es lo que vemos experimentar a Rut a través de las páginas del libro que lleva su nombre. La vida fue dura. El libro comienza con hambre, muerte y cambios de vida inesperados. ¿Cómo vemos que responde Rut cuando, después de varios meses o años, las cosas no han “vuelto a la normalidad” por completo? Bueno, si has estado siguiendo esta pequeña serie, sabes que ella ha estado tomando buenas decisiones y ha estado tratando diligentemente de hacer lo que puede para ayudar a su suegra Noemí a superar el dolor y la decepción. Eso incluye humillarse a sí misma para recoger las sobras del grano en un campo que es propiedad de un hombre llamado Booz. Encontramos a Rut agradeciéndole e intentando explicarle cómo llegó a un lugar tan desesperado. Y luego esto:

Ya me han contado”, le respondió Booz, “todo lo que has hecho por tu suegra desde que murió tu esposo; cómo dejaste padre y madre, y la tierra donde naciste, y viniste a vivir con un pueblo que antes no conocías. ¡Que el Señor te recompense por lo que has hecho! Que el Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte, te lo pague con creces”.

Rut 2:11-12

¡Ya me han contado!

Booz le dice que se ha corrido la voz. La gente habla de ti, Rut. Ella no parece darse cuenta de eso. Ella sólo estaba haciendo “lo que era correcto”. Y, de alguna manera, eso no sólo tenía a Booz, un hombre de cierta riqueza e influencia, consciente de quién y cómo era ella, sino que también le hizo pensar en Dios. “Que el Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte, te lo pague con creces”.

Rut tenía una reputación.

Tú también.

Yo también.

¿Es del tipo de reputación que tiene a la gente hablando de Dios? (Y tal vez debería agregar “en el buen sentido”, ya que el comportamiento de algunos creyentes podría hacer que desconfíen o cuestionen a Dios).

Supongo que debo confesar que me pregunto: cuando consideramos la reputación general de los cristianos como resultado de cómo estamos viviendo esta pandemia, ¿es buena? ¿Dirige a la gente hacia Jesús con nuestros simples actos de amor, mientras hacemos lo que es correcto?

La historia de la iglesia tiene un buen relato sobre algunos creyentes que sufrieron una terrible epidemia en el siglo IV que se extendió por todo el Imperio Romano. Los cristianos no huyeron de las ciudades ni cerraron sus casas a los demás. Un historiador registró:

“Todo el día [los cristianos] atendían a los moribundos y los entierros, incontables números de personas sin nadie que cuidara de ellas. Otros reúnen de todas partes de la ciudad a una multitud de decaídos y hambrientos, y les reparten pan a todos”.

¿Sabes lo que pasó? ¡La gente empezó a hablar de ellos! 

“Las obras [de los cristianos] estaban en boca de todos, y ellos glorificaban al dios de los cristianos”.

Los tiempos terribles nos cautivan… O nos transforman. Aquellos creyentes en Roma, y ​​Rut en Belén, descubrieron que en lo profundo de ellos encontraban fe y paz para vivir como si creyeran en la eternidad con Cristo cuando miraban a los ojos a la muerte y la desesperación. 

Cuando nuestras buenas obras (no nuestras opiniones, nuestra teología ni nuestra posición de influencia) están en boca de todos, les traemos a nuestro Dios a la mente. 

Este tipo de vida nos trasciende.

Porque cuando han tenido el carácter correcto, tus antepasados ​​se vuelven más que un nombre, se convierten en un informe genealógico. Se convierten en metas familiares.

Y eso me trae de vuelta a tus hijos. Y a los míos.

He consumido mucho tiempo y energía tratando de criar a mis hijos para que sean buenos y piadosos. Probablemente tú también lo hayas hecho. Mucho de ello depende de lo que aprenden de nosotros, más que de lo que les enseñamos. Y ahora mismo, la forma en que vivimos es especialmente contagiosa.

¿Caminas por miedo o por fe? ¿Estás cautivada o estás siendo transformada?

Hablemos por un segundo de una vida transformada.

El Nuevo Testamento comienza haciéndote sentir que estás ante un árbol genealógico generado en ancestry.com. Jesús no se registró en la página, pero alguien llamado Mateo pensó que debía hacerlo. (¡Aparentemente había superado la recaudación de impuestos y decidió recolectar tesoros mucho más grandes!) Él registró los antecedentes familiares de Cristo e incluyó a todas las personas que lo precedieron en su línea sanguínea humana. Y en esta genealogía, encontramos a una mujer preciosa, viuda, trabajadora y recolectora de granos llamada Rut que (¡alerta de spoiler!) ¡se casó con Booz!

Creo que Rut fue una mujer que se transformó en alguien de una grandeza mucho mayor debido a sus pruebas. Yo me pregunto: ¿Dios permitió las circunstancias de su tiempo, en parte, para que ella pudiera transformarse aún más en la clase de tátara-tatarabuela que nutriría la línea de mujer necesaria para criar a la madre de Jesús a fin de que fuera una mujer de carácter y fe?

Yo quiero que mis hijos vean la gran pandemia  como un tiempo en el que me transformé en algo que Dios necesitaba que fuera, y no que simplemente me dejara paralizada por los acontecimientos.

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