Por Marlene Luna
El comienzo de un nuevo año puede sentirse como una hoja en blanco, lleno de posibilidades emocionantes y sueños por alcanzar. Queremos aprovechar cada oportunidad, trazamos metas con pasión, y deseamos empezar con fuerzas renovadas. Pero también está esa carga silenciosa, ese peso de las expectativas, tanto las que nos imponemos como las que creemos que los demás esperan de nosotras.
¿Y si este año fuera diferente? ¿Y si en lugar de dejarnos llevar por la presión de hacerlo todo bien, nos enfocáramos en Aquel que ya lo hizo todo perfecto por nosotras? Él nos conoce íntimamente, nos diseñó con propósito y tiene planes para nosotras que superan cualquier expectativa humana. ¿Qué tal si este año lo comenzamos desde un lugar de gratitud? Gratitud por Su bondad, por Su fidelidad, y por Su constante cuidado. En lugar de correr tras nuestras propias metas, podemos caminar confiadas en que Sus planes son siempre mejores. Porque al final, no se trata de lo que logramos, sino de quién camina con nosotras en el proceso.
En el verano del año pasado, comencé a sentirme cansada de una manera que no podía ignorar. Pequeñas cosas, que antes no me afectaban, empezaron a sentirse como un peso enorme. Un día, mi doctor me confirmó lo que ya sospechaba: estaba enfrentando estrés crónico. “¿Estrés? ¿Yo? ¿De dónde viene esto?”, me pregunté una y otra vez. Era difícil identificar la raíz del problema. Como psicóloga, estoy acostumbrada a ayudar a otros a manejar su estrés, pero de pronto me encontré luchando con algo que me superaba. Tener las herramientas no me hace inmune, y mucho menos perfecta. Solo me recordó algo importante: también necesito ayuda y, sobre todo, refugiarme en Cristo.
En ese momento, supe que tenía que ser intencional al buscar descanso. Mi cuerpo y mi mente lo necesitaban desesperadamente. Aunque emocionalmente estaba estable, mi cuerpo estaba dando señales claras de que necesitaba parar. No fue fácil, pero Dios, en Su bondad, puso en mi camino personas amorosas y consejeras cristianas que me ayudaron a reorganizar mi vida. Aprendí que soy limitada. A disfrutar hacer una cosa a la vez. Necesitaba establecer límites saludables y ser sabía al priorizar el descanso.
Recuerdo un día en particular, mientras oraba al Señor y contemplaba la naturaleza —algo que siempre me llena de paz— sentí Su tierna voz en mi corazón: “Yo soy quien da color a tus días.” Fue un momento tan especial. Me vino a la mente un salmo que me enseñaron cuando era niña: “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca. En Jehová se gloriará mi alma; lo oirán los mansos y se alegrarán…” Pasé ese día meditando en las palabras de David y en cómo, en medio de sus momentos más difíciles, hacía memoria de la fidelidad de Dios. Eso cambió algo en mí.
Este nuevo año, quiero hacer lo mismo: enumerar y agradecer las bondades de Dios. ¿Sabías que, según estudios, nuestro cerebro no puede estar preocupado y agradecido al mismo tiempo? Es como si Dios hubiera diseñado nuestro cerebro para ser transformado por la gratitud. David entendía esto, y por eso, en sus momentos de angustia, le decía a su alma: “Alaba a Jehová.” No porque no tuviera problemas, sino porque elegía recordar la bondad de Dios en lugar de enfocarse en su angustia.
Este año, yo también elijo vivir en gratitud. Elijo alabar a Jehová y recordar cada día que Él sigue siendo fiel.
Quiero compartir contigo tres maneras prácticas en las que podemos empezar este año con gratitud:
- Agradece por lo que tienes
Muchas veces es más fácil enfocarnos en lo que nos falta. Tal vez estás deseando un nuevo trabajo, más tiempo para ti o mejorar tu salud. Todo eso está bien, pero ¿qué tal si hacemos una pausa y reconocemos lo que ya tenemos? Esa simple acción puede cambiar la actitud de nuestro corazón.
La Biblia nos recuerda:
“Den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús.” (1 Tesalonicenses 5:18).
Esto no significa ignorar los momentos difíciles, sino elegir ver la bondad de Dios incluso en medio de ellos. Te invito a escribir tres cosas por las que estás agradecida. No tienen que ser cosas grandes: puede ser el abrazo de tus hijos, el café de la mañana o incluso el poder respirar. Cada detalle nos recuerda que Dios está con nosotras, hasta en lo ordinario de nuestro día a día. - Busca dirección y paz en Dios
El inicio del año siempre viene cargado de decisiones: metas, cambios, prioridades. Pero antes de planear, ¿qué tal si tomamos un momento para orar y poner todo en manos de Dios? Cuando confiamos en Él, Su paz nos llena, incluso cuando no sabemos qué hacer.
Como dice el Salmo 37:5:
“Encomienda al Señor tu camino; confía en Él, y Él actuará.”
¿Ya has entregado tus planes de este año al Señor? Si no lo has hecho, ahora es el momento perfecto. Habla con Él como lo harías con una amiga cercana. Cuéntale tus miedos, tus sueños, tus preguntas. Confía en que Él está trabajando, aunque no lo veas. - Agradece los pequeños momentos que reflejan Su fidelidad
A veces buscamos grandes milagros, pero Dios también se muestra en lo simple. La risa de tus hijos, una conversación inesperada, el canto de los pájaros, el sonido del río o el mar. Esos momentos nos recuerdan que Su presencia está en cada detalle.
Hoy te animo a buscar esos momentos. Cuando los encuentres, detente y dile: “Gracias, Señor.” Esos segundos pueden llenar tu día de esperanza.
Este año, hagamos de la gratitud un hábito. Empieza un diario donde escribas algo por lo que estés agradecida cada día. Puede ser algo pequeño o grande, pero todo cuenta.
Mi hermana, no importa cómo empiece este año ni los retos que enfrentes, siempre habrá razones para dar gracias.
Cuéntame: ¿qué bendiciones, grandes o pequeñas, puedes agradecer hoy?
Leave a Reply